SÖDERBERG, LASSE
UN VITRAL CON FIGURAS MOVEDIZASrnPor Juan Manuel Rocarn1.rnEs este un libro de poemas que rastrean una cartografía sin mapas, una forma de escritura que traduce contingencias cotidianas a un plano que entrevera sentidos y sonidos en un puente tendido entre la imagen y el silencio. El poema titulado u201cAlfabetizaciónu201d me parece que marca el norte señalado: u201cA la sombra,/ único manchón en el paisaje, se sientan hombres graves/ y aprenden a escribiru201d. Cómo no recordar entonces a Denise Levertov: u201cEscribir es escucharu201d.rn2.rnLasse Söderberg se mueve en el ámbito de un músico que al escribir un coro en Sol Mayor no humedece su pluma u201cen un frasco de medicina sino en un tinterou201d y tal vez más que sanar heridas busca señalarlas. Tampoco creo que pretenda hacer u201cuna lectura de tanteo y falansteriou201d, como la llamaba José Martí. La frecuencia de una imaginería plástica, pictórica, resalta una estética imaginaria. Y con ella parece hacer una convocatoria para leer a sus amigos ausentes, como lo evoca Ángela García, la poeta y traductora de este libro. rn3.rnLa suya es una forma de escritura poblada de insinuaciones y de trazos plásticos, de huellas más que de pasos, de una suerte de alfabetización desde la penumbra: u201cA la sombra,/ único manchón en el paisaje, se sientan hombres graves/ y aprenden a escribiru201d. rn4.rnEn lo político Lasse Soderberg es un hombre iconoclasta. Alguien que recuerda que el poeta es un hacedor de imágenes y que esto lo dota de otro sentido, del sentido de lo que falta del que hablaba un viejo poeta lírico. Diría que es alguien que logra ver y palpar tras los telones del poder gestos escondidos e incendios ocultos. Un alguien, lo reitero, que atiende a la tercera cara de la moneda y que en ella escribe el nombre de Whitman con la misma tiza y en la misma pizarra con la que escribe u201cla palabra Vietnamu201d. El poeta puede ver en la agonía de un hombre sombrío y brutal u201cun cadáver amortajado en su uniformeu201d. Pero no nos habla solamente de un tiempo ido que es algo rígido y que no tiene movimiento como la mujer de Lot, sino de un pasado que es presente porque aún se quiere olvidar. (u201cFranco Agonizandou201d).rn5.rnSe puede señalar que su poesía nos habla con claridad y con firmeza pero nunca resulta estentórea. Es así como un silencio que vocifera desde hace quinientos años bajo la mirada campesina: u201cNingún grito, ningún volante,/ ningún murmullo amenazador./ El muro del mutismo es fuerte,/ construido de piedras transparentes, como lo apunta en su poema u201cCampesinos Manifestandou201d. rn6.rnEs bella y cotidiana la aguda evocación que hace de Yehuda Amijai. En ella va con el poeta a comprar legumbres mientras recuerda una imagen suya: u201cEl pasado lanza piedras al futuro y todas dan al presenteu201d. En ese mercado hay gritos de verduleros que se convierten en piedras, hay también voces y guijarros arrojados como hoy desde una triste y desollada Palestina. Ese recuerdo, esa evocación de Amijai comprando frutos en un mercado árabe (u201cComprar legumbres con Yehudau201d), resulta tan vívida y nítida como un hoy, esclarecedor e impostergable. rn7.rnLa ironía acompaña una muy buena parte de la poesía de Lasse. Así recuerda (u201cUn general de ojo tapadou201d) a Moshe Dayan, a ese bronco militar que tenía un parche, un ojo tapado, yo diría que seguramente ideal para mirar el Medio Oriente. u201cAllí, en el mercado, u201cCon su ojo sano/ parecía ver/ cómo la tierra florecía/ y rebosaba de mielu201d, mientras su corazón y su cabeza rebosaban de hiel. No es la suya una poesía que prevenga contra el mal y las enfermedades, ni sus pasos son en exceso controlados como en un tablero de ajedrez. Ejercen una libertad expresiva muy propia de todo poeta que no guarda servidumbres temáticas al gusto caprichoso de ninguna editorial.rn8.rnEl poeta nos lleva a cada tanto a pensar que la poesía puede ser una casa donde u201cel tiempo va en puntillas/ para no perturbar a los huéspedesu201d. (u201cEn la Casa de Bashar Zarkanu201d). Es un espacio apreciable de este su vitral en donde u201cel tiempo va en puntillas/ para no perturbar a los huéspedesu201d.rn9.rnPoco antes de morir Fernando Pessoa, nos lo cuenta el poeta, u201cpidió sus anteojosu201d. Tal vez no quería privarse de ver nuestra orilla desde un mundo vago, ilegible y sin orillas. Es un bello y doloroso poema titulado u201cLos anteojos de Pessoau201d) escrito precisamente por un hombre lleno de luz que pastoreaba sombras. rn10.rnEs muy bello y suscitador su poema sobre Else Lasker Schüller. Se trata de un poema oscilatorio entre el fasto y la miseria que no pocas veces se ven la doble cara en los espejos del día. Allí resuena su legendario u201cpiano azulu201d en el que la gran expresionista, cuyos poemas están untados de una feroz melancolía, habla de su desolación: u201cEn casa tengo un piano azul y no conozco, sin embargo, una sola notau201d, escribió tras salir de Alemania a morir en Palestina en 1945. Lo reitero, para mí es un homenaje revelador.rn11.rnCómo no recordar en estas líneas el encuentro con Carlos Martínez Rivas, con ese gran poeta que permanece en un pliegue secreto de la memoria latinoamericana. En una nota al final de un poema, Lasse aclara que conoció a Martínez en Nicaragua en el año de 1998. Es curioso y quiero registrarlo sin alardes. A mí también me sugirieron no conocerlo por su talante, pero el poeta cubano Víctor Rodríguez Nuñez me lo presentó en Managua y al momento me habló de una amada mujer colombiana. Me resulta muy cálido y bello el poema de Lasse sobre este poeta que u201cse encerró con doble candadou201d. Y algo más que una dádiva, cómo no invitar a seguir los pasos de remembranza que hace el poeta sueco a propósito de uno, sino el más grande de los poetas españoles de hoy: Antonio Gamoneda.