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18 NOV

De la piel hacia adentro. Sobre "En torno al frenesí", de Fanny Buitrago

Hay razones de sobra para creer que la obra de Fanny Buitrago está más vigente que nunca. En torno al frenesí (2020), su novela más reciente, da cuenta de ello y la respalda como una de las escritoras más importantes de la literatura colombiana.
De la piel hacia adentro. Sobre

Por: Santiago Díaz Benavides
En: El Espectador

Hay muchas ocasiones en las que uno se encuentra a medio camino y, de repente, algo emerge de la nada para señalar la ruta correcta. Cosa similar es lo que sucede cuando estamos ante algo grande, pero de entrada no sabemos que lo es. Intuimos, sin embargo, que algo de brillante tiene y, por alguna razón, las cosas se van alineando, a su manera, para que aquello que debe ser de una forma termine siendo así y no de otra.

La primera vez que supe de la existencia de la novela, apenas se me ocurrió fijarme en la contundencia del título. Encontré el manuscrito en un cajón, cuando trabajaba como aprendiz de editor en la torre del Grupo Planeta, en Bogotá. Las tapas, de lo más artesanales, no invitaban a la lectura, por sí solas. Y, muy probablemente, si no me hubiese fijado en el nombre bajo el título, jamás habría abierto aquel objeto. La encuadernación era sumamente pesada y la tipografía en las páginas evocaba las fotocopias que leía en mis tiempos de universidad, cuando no tenía dinero para comprar los libros y debía acudir a las réplicas que nos facilitaba uno que otro profesor. Sin embargo, tomé el manuscrito y lo puse sobre mis piernas. En torno al frenesí, en letras doradas, y más abajo el nombre de Fanny Buitrago. Lo abrí, leí las primeras páginas y, casi de inmediato, recordé a esa escritora que leía con entusiasmo durante la carrera de literatura. Se me vinieron a la memoria varios fragmentos de esas novelas suyas que había tenido que revisar, en más de una ocasión, para superar los cursos de literatura colombiana. No había sido fácil, me acordé, leer El hostigante verano de los dioses, con ese ritmo suyo tan vibrante, y no menor había sido el reto con Cola de zorro, título que en su momento fue bastante comentado. ¿Esta voz que me encontraba, ya no por casualidad, era la misma que hace unos años había conocido? Su ritmo era inconfundible, su forma de estructurar las oraciones, la cadencia de las palabras y el sonido… Ese sonido, estridente y dulce, incómodo, pero adictivo.

“Cuando los nuevos historiadores y dinámicos periodistas repiten el ejercicio de ubicar a Erasmo Sales entre las personalidades que comienzan a moldear las primeras décadas del siglo XXI a escala mundial, tropiezan siempre con los mismos escollos”, rezaban las primeras líneas. Le pregunté a la editora de ficción, en ese momento, si sabía algo sobre el manuscrito y me dijo que lo estaban evaluando para una eventual publicación. Lo primero que se me vino a la mente fue la pregunta de si una escritora de la envergadura de Fanny Buitrago necesitaba ser “evaluada”. Dejé el asunto ahí, guardé de nuevo el objeto en el cajón y me olvidé, entre el trabajo y las diligencias, un tanto más que asfixiantes, del día a día. Pasados unos meses, volví a abrir el cajón. Allí seguía el manuscrito y, entonces, ese título en el que poco había reparado en nuestro primer encuentro comenzó a llamarme, casi que a gritos. Me lo llevé a casa y en ese fin de semana lo leí de un tirón.

Al lunes siguiente llegué a la editorial con la sensación de haber hallado algo grande. Le dije a Juan David Correa, el director literario, y la persona que me llevó a trabajar allí, que debíamos buscar a Fanny y publicar su novela, devolver a los lectores la gracia de esta tremenda escritora. Con En torno al frenesí terminé por confirmar la potencia de su pluma. No era la historia en sí misma, sino la forma en la que estaba contada y la contundencia en la caracterización del personaje que sirvió de excusa para dar rienda suelta a la trama. Era como si, de pronto, alguien se hubiese dado cuenta de que era posible tener en una novela colombiana nuestra propia versión del Gran Gatsby. Claro, manteniendo las proporciones. Lo cierto es que Erasmo Sales, que así se llama el personaje central de la novela, era de esos tipos que solo sabe hacer cosas grandes. No es que lo hiciera todo bien, pero sí lograba salirse con la suya en más de una ocasión, y lo hacía con elegancia y gran tino. Uno diría que se trata de un iluminado a quien, por desgracia, su propia vida lo consumió más rápido de lo pensado.

Un hombre cuya existencia estuvo destinada a la lucha por el agua, a conservarla, a entregarla a quienes la merecían; un saltimbanqui de las relaciones, un amante deseado, y un hijo de puta; un visionario, un soñador intrépido, una leyenda. La Bogotá con la que soñaba, habitada por jardines y fuentes de agua manantial, de calles peatonales y casonas al estilo inglés, una ciudad de primerísimo nivel, terminó por convertírsele en obsesión. No había nada más importante o vital que aquella idea y su realización. Cuenta de ello pueden dar sus relaciones, todas tan caóticas e inestables, con sus padres y las mujeres a las que amó; su manera de ver el mundo y a sí mismo, la forma como lo recuerdan quienes lo conocieron y experimentaron de cerca el frenesí al que se sometía con entusiasmo acelerado. La suya era una vida que iba en desbandada y cuanto más se llevaba consigo, mejor.

La idea era que yo comenzara a trabajar el libro con su autora. Así lo había ordenado el director literario. Fui a su casa, a la de Fanny, y terminé por enamorarme de la mujer, de su sapiencia y bondad; de la manera como lo ve todo, sin pensarse un instante fuera del mundo escrito. Pasamos jornadas tremendas hablando de literatura, de cine y de la vida. Entre desayunos y almuerzos sostuvimos entrevistas y encuentros que tenían siempre un único propósito: sabernos entregados en cuerpo y alma a las letras. Letty, su hermana, que acompañaba las veladas, reconocía el entusiasmo de ambos y cada tanto votaba unas anécdotas maravillosas sobre los años dorados, por llamarlos de alguna forma, de Fanny, como la vez en que Juan Rulfo dijo que ella era la mejor escritora latinoamericana del momento, porque escribía como los hombres; o cuando, después de la controversia surgida a raíz de la publicación de El hostigante verano de los dioses, en 1963, la prensa comenzó a llamarla “la niña rebelde de la literatura colombiana” y no era fácil adivinar si su novela había gustado o no. Muchos, en ese entonces, desaprobaron su inclusión dentro del panorama literario nacional, y otros celebraban la llegada de una voz como la suya. Todos, sin embargo, coincidían en algo: de Fanny Buitrago se tenía que hablar en serio.

Comenzaba a aferrarme a todo eso, pero en la vida nada está trazado de antemano, o quizás sí. En un momento impensado, llegó la tempestad. No pude continuar el trabajo empezado. Las caídas, siempre invasivas, me lo impedirían. Luego de un año en la editorial me vi forzado a dar un paso al costado y renunciar al libro, al menos como editor. Pasé cerca de un mes en completo silencio, hasta que un día, como en aquel pasaje en que Erasmo Sales se repone de sus malestares y se levanta erguido a seguir haciendo lo que sabe hacer, alcé la cabeza y miré hacia adelante. Letty me invitaba a casa de la familia para celebrar el cumpleaños de Fanny. Ese día conocí otro rostro de la autora. Ya no era la mujer a la que leía con admiración, y yo no era el muchacho que le hacía preguntas hasta de cómo era que lograba levantarse a diario para poner sus palabras en una hoja en blanco. De repente, y sin quererlo, éramos amigos que se entienden en las formas, en las casualidades, en la poesía inmersa en todo aquello que emerge de la piel hacia adentro, como su novela, como su obra misma.

Un año después, el libro ha llegado a mis manos una vez más. Lo recibo al interior de la Librería Central, el sitio en el que trabajo como librero, y habiendo leído el manuscrito en tres ocasiones, encontrándola a Fanny en las palabras de la narradora, y encontrándome a mí en una que otra ocurrencia de Erasmo Sales, descubro en esta edición, cuidada y trabajada por Salomé Cohen Monroy, quien supiera desempeñarse con altura en un sello como Laguna Libros, que todo tenía que ser como terminó siendo. De la misma forma que un libro pasa de mano en mano hasta encontrar a su lector esperado, el proceso de escritura va de un lado a otro, aguardando por el momento acertado. Como lector lo reconozco y como periodista lo confirmo. El libro salió del cajón para llegar a mis manos y luego a las de la persona que, finalmente, supo trabajar la novela como desde el inicio se lo merecía.

Este libro, que respalda a Fanny Buitrago como una de las escritoras capitales de nuestra literatura, es, simplemente, una genialidad. No queda nada más que hacer sino recomendar su lectura y abrazar el valioso trabajo que han hecho los editores, pues con esta fantástica novela queda más que aclarada la certeza de que hay Fanny escritora para rato, como ella misma dice, cada vez que conversamos.

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